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La Bioarquitectura como respuesta para la disminución de la huella de carbono en la industria de la construcción.

La bioconstrucción es una disciplina muy antigua y se remonta aproximadamente a 9000 años atrás, acompañando al hombre desde los orígenes de las civilizaciones. Su práctica permite crear espacios muy saludables y sus límites envolventes interactúan con el clima que rodea a la construcción, otorgando una completa armonía, debido a que se nutre de los materiales naturales.

Junto a la moderna Bioarquitectura (o arquitectura bioclimática), conforman una simbiosis basada en el respeto y cuidado de la naturaleza y en la observación de los vientos, el régimen de lluvia y recorrido del sol, constituyendo una pieza fundamental en el desarrollo de la denominada “Permacultura”.

Aunque la construcción y el cuidado del ambiente no suelen ir de la mano, hoy pueden combinarse de manera noble a través de la bioarquitectura. Se busca lograr un efectivo aprovechamiento de la biocapacidad del planeta y sus energías primarias, reduciendo la huella ecológica de los actuales modos de construcción; capitalizando técnicas que la humanidad ha desarrollado durante miles de años y resignificando lo que hoy consideramos como tecnología o biotecnología; esta última, apoyada por las ciencias emergentes como la Biomimética, que se inspira en el propio diseño que la evolución del reino animal, vegetal y mineral han logrado, optimizando, siendo sumamentes eficientes y estéticamente armoniosas con los diferentes entornos.

Biomateriales y diseño bioclimático: los beneficios para reducir la huella de carbono Para comprender los diferentes beneficios de la bioarquitectura, hay que desandar los procesos y las líneas extractivas de producción de los materiales industriales que se utilizan actualmente de manera extendida. Por ejemplo, el poliestireno extruido (telgopor de alta densidad) es un material derivado directamente del petróleo que comienza su huella ecológica desde el momento mismo de la exploración, para conocer dónde extraer ese hidrocarburo, hasta el proceso de extracción, manufacturación, transporte y posterior residuo. Toda la línea de producción genera huella de carbono y su residuo en la implementación o posterior demolición, sigue contribuyendo a la misma.

Este material, ampliamente utilizado en la industria, puede reemplazarse por ejemplo por otros de fibra vegetal, como lo es el fardo de cortadera. Un material que procesa dióxido de carbono, sintetiza oxígeno, fija el suelo y se comporta en relación al medio ambiente con todas las características de cualquier planta. Su residuo es orgánico y si la construcción se demuele en algún momento, vuelve a la naturaleza prácticamente sin tener impactos, con una huella de carbono cercana a cero. Además de utilizar biomateriales, es importante que desde el proceso de proyección, se conciban diseños bioclimáticos. Proyectar edificios teniendo en cuenta las condiciones climáticas de cada entorno y la ubicación del objeto arquitectónico, aprovechando los recursos disponibles (sol, vegetación, lluvia, vientos), intentando reducir los consumos de energía del edificio. Es fundamental hablar del pensamiento termodinámico, que señala que el calor va desde donde hay más hacia donde hay menos. En bioarquitectura esto refiere a que las envolventes (paredes, piso y techo) siempre estén en sintonía con el clima que rodea al objeto arquitectónico.

Es decir, existe una correlación de la atmósfera interna con la externa, a través de los materiales que funcionan como una “autopista” de energía. Los materiales no son ni buenos ni malos, sino que se debe detectar cuáles conviene usar y qué técnicas aplicar según la zona de construcción, aprovechando lo mejor posible las ventajas del entorno rural, urbano o periurbano donde actúen profesionales que proyectan y constructores.


Fuente: argentinaforestal.com, columna del arquitecto argentino Armando Gross (U.N.C), especialista en Diseño Bioclimático y construcción natural.

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